"Cuando la España cristiana medieval atravesaba un periodo de oscurantismo en el que ni siquiera se planteaba ningún tipo de higiene y mucho menos personal, la Córdoba musulmana contaba con más de seiscientos baños árabes públicos, herederos de las termas romanas.
Lugar de descanso, de reunión social y política, en ciertas regiones el hammam constituye, especialmente para las mujeres,
una de sus distracciones favoritas y todo un ritual generador de belleza y sensualidad,
al tiempo lugar donde mejor se desvanece cualquier desigualdad de índole social."


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3.8.08

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LA INTIMIDAD COMO ESPECTÁCULO

ensayo de Paula Sibilia


En La intimidad como espectáculo, recién publicado por Fondo de Cultura Económica, la argentina Paula Sibilia analiza las claves con las que se presenta la exhibición de la intimidad en la escena contemporánea y los diversos modos que asume el yo de quienes deciden abandonar el anonimato para lanzarse al dominio del espacio público a través de blogs, fotologs, webcams y sitios como YouTube y FaceBook.

La reflexión gira también alrededor de otras manifestaciones que han tenido lu
gar en la última década, como parte del mismo fenómeno cultural que conduce al impulso irrefrenable de "hacerse visible": los reality-shows y los talk-shows de la televisión, el auge de las biografías en el mercado editorial y en el cine, el surgimiento de nuevos géneros como los documentales en primera persona y las variaciones que ha tenido el autorretrato en los diversos campos artísticos.

A partir de la hipótesis de que todos estos fenómenos representan un momento cultural de transición que anuncia una verdadera mutación en las subjetividades, Paula Sibilia analiza el veloz distanciamiento que se ha producido en los últimos años respecto de las formas típicamente modernas de ser y estar en el mundo, y de aquellos instrumentos que solían usarse para la construcción de sí mismo, hoy casi totalmente eclipsados.

La intimidad como espectáculo pone en relación, de modo dinámico e inteligente, las formas actuales de construir la subjetividad con otras modalidades de relatos de sí, que van desde el diario íntimo hasta el psicoanálisis, pasando por todas las formas de introspección. Esos viejos métodos de autoconocimiento fundaron sus creaciones subjetivas en una interioridad que era tan rica como densa, en una vida interior misteriosa y oculta pero, al mismo tiempo, sumamente fértil y estable, que se cultivaba en el silencio y en la más absoluta soledad del ámbito privado.



I. El show del yo

(fragmento)

Me parece indispensable decir quién soy yo. […] La desproporción entre la grandeza de mi tarea y la pequeñez de mis contemporáneos se ha puesto de manifiesto en el hecho de que ni me han oído ni tampoco me han visto siquiera. […] Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de alturas, un aire fuerte. Hay que estar hecho para ese aire, de lo contrario se corre el peligro nada pequeño de resfriarse. FRIEDRICH NIETZSCHE

Mi personaje es atractivo por diferentes motivos; de hecho, [en mi blog] tengo como público a las madres, a las chicas de mi edad, los hombres maduros, los estudiantes de Derecho, entre otros. Además, a la gente le gusta cómo escribo. […] Creo que soy honesta y cero pretenciosa. La gente re-valora que uno sea honesto y sabe que lo que lee es verdad, que no es una pose. […] No soy una delikatessen (para pocos), sino un Big Mac (para muchos). LOLA COPACABANA

¿Cómo se llega a ser lo que se es? Esto se preguntaba Nietzsche en el subtítulo de su autobiografía escrita en 1888, significativamente titulada Ecce Homo y redactada en los meses previos al “colapso de Turín”. Después de ese episodio, el filósofo quedaría sumergido en una larga década de sombras y vacío hasta morir “desprovisto de espíritu”, según algunos amigos que lo visitaron. En los chispazos de ese libro, Nietzsche revisaba su trayectoria con la firme intención de decir “quién soy yo”. Para eso, solicitaba a sus lectores que lo escucharan porque él era alguien, “pues yo soy tal y tal, ¡sobre todo, no me confundáis con otros!”. Está claro que atributos como la modestia y la humildad quedan radicalmente ausentes de ese texto, lo cual no sorprende en alguien que se enorgullecía de ser lo contrario a “esa especie de hombres venerada hasta ahora como virtuosa”; en fin, nada extraño en alguien que prefería ser un sátiro antes que un santo. (1) Tal actitud, sin embargo, motivó que sus contemporáneos vieran en la obra de Nietzsche una mera evidencia de la locura. Sus fuertes palabras, eso tan “inmenso y monstruoso” que él tenía para decir, se leyeron como síntomas de un fatídico diagnóstico sobre las fallas de carácter de ese yo que hablaba: megalomanía y excentricidad, entre otros epítetos de igual calibre.

¿Por qué comenzar un ensayo sobre la exhibición de la intimidad en Internet, al despuntar el siglo XXI, citando las excentricidades de un filósofo megalómano de fines del XIX? Quizás haya un motivo válido, que permanecerá latente a lo largo de estas páginas e intentará reencontrar su sentido antes del punto final. Por ahora, bastará tomar algunos elementos de esa provocación que viene de tan lejos, como una tentativa de disparar nuestro problema.

Calificadas en aquel entonces como enfermedades mentales o desvíos patológicos de la normalidad ejemplar, hoy la megalomanía y la excentricidad no parecen disfrutar de esa misma demonización. En una atmósfera como la contemporánea, que estimula la hipertrofia del yo hasta el paroxismo, que enaltece y premia el deseo de “ser distinto” y “querer siempre más”, son otros los desvaríos que nos hechizan. Otros son nuestros pesares porque también son otros nuestros deleites, otras las presiones que se descargan cotidianamente sobre nuestros cuerpos, y otras las potencias -e impotencias- que cultivamos.

Una señal de los tiempos que corren surgió de la revista Time, todo un ícono del arsenal mediático global, al perpetrar su ceremonia de elección de la “personalidad del año” que concluía, a fines de 2006. De ese modo se creó una noticia rápidamente difundida por los medios masivos de todo el planeta, y luego olvidada en el torbellino de datos inocuos que cada día se producen y descartan. La revista estadounidense repite ese ritual hace más de ocho décadas, con la intención de destacar “a las personas que más afectaron los noticieros y nuestras vidas, para bien o para mal, incorporando lo que ha sido importante en el año”. Así, nadie menos que Hitler fue elegido en 1938, el Ayatollah Jomeini en 1979, George W. Bush en 2004. ¿Y quién ha sido la personalidad del año 2006, según el respetado veredicto de la revista Time? ¡Usted! Sí, usted. Es decir: no sólo usted, sino también yo y todos nosotros. O, más precisamente, cada uno de nosotros: la gente común. Un espejo brillaba en la tapa de la publicación e invitaba a los lectores a que se contemplasen, como Narcisos satisfechos de ver sus personalidades resplandeciendo en el más alto podio mediático. ¿Qué motivos determinaron esta curiosa elección? Ocurre que usted y yo, todos nosotros, estamos “transformando la era de la información”.

Estamos modificando las artes, la política y el comercio, e incluso la manera en que se percibe el mundo. Nosotros y no ellos, los grandes medios masivos tradicionales, tal como ellos mismos se ocupan de subrayar. Los editores de la revista resaltaron el aumento inaudito del contenido producido por los usuarios de Internet, ya sea en los blogs, en los sitios para compartir videos como YouTube o en las redes de relaciones sociales como MySpace y FaceBook. En virtud de ese estallido de creatividad -y de presencia mediática- entre quienes solían ser meros lectores y espectadores, habría llegado “la hora de los amateurs”. Por todo eso, entonces, “por tomar las redes de los medios globales, por forjar la nueva democracia digital, por trabajar gratis y superar a los profesionales en su propio juego, la personalidad del año de Time es usted”, afirmaba la revista. (2)

Durante las conmemoraciones motivadas por el fin del año siguiente, el diario brasileño O Globo también decidió ponerlo a usted como el principal protagonista de 2007, al permitir que cada lector hiciera su propia retrospectiva a través del sitio del periódico en la Web. Así, entre las imágenes y los comentarios sobre grandes hitos y catástrofes ocurridos en el mundo a lo largo de los últimos doce meses, aparecían fotografías de casamientos de personas “comunes”, bebés sonriendo, vacaciones en familia y fiestas de cumpleaños, todas acompañadas de epígrafes del tipo: “Este año, Pedro se casó con Fabiana”, “Andrea desfiló en el Sambódromo”, “Carlos conoció el mar”, “Marta logró superar su enfermedad” o “Walter tuvo mellizos”.

¿Cómo interpretar estas novedades? ¿Acaso estamos sufriendo un brote de megalomanía consentida e incluso estimulada por todas partes? ¿O, por el contrario, nuestro planeta fue tomado por un aluvión repentino de extrema humildad, exenta de mayores ambiciones, una modesta reivindicación de todos nosotros y de cualquiera? ¿Qué implica este súbito enaltecimiento de lo pequeño y de lo ordinario, de lo cotidiano y de la gente común? No es fácil comprender hacia dónde apunta esta extraña coyuntura que, mediante una incitación permanente a la creatividad personal, la excentricidad y la búsqueda de diferencias, no cesa de producir copias descartables de lo mismo. ¿Qué significa esta repentina exaltación de lo banal, esta especie de satisfacción al constatar la mediocridad propia y ajena? Hasta la entusiasta revista Time, pese a toda la euforia con que recibió el ascenso de usted y la celebración del yo en la Web, admitía que este movimiento revela “tanto la estupidez de las multitudes como su sabiduría”. Algunas joyitas lanzadas a la vorágine de Internet “hacen que nos lamentemos por el futuro de la humanidad”, declararon los editores, y eso tan sólo en razón de los errores de ortografía, sin considerar “las obscenidades o las faltas de respeto más alevosas” que suelen abundar en esos territorios.

Por un lado, parece que estamos ante una verdadera “explosión de productividad e innovación”. Algo que estaría apenas comenzando, “mientras que millones de mentes que de otro modo se habrían ahogado en la oscuridad, ingresan en la economía intelectual global”.

Hasta aquí, ninguna novedad: ya fue bastante celebrado el advenimiento de una era enriquecida por las potencialidades de las redes digitales, bajo banderas como la cibercultura, la inteligencia colectiva o la reorganización rizomática de la sociedad. Por otro lado, también conviene prestar oídos a otras voces, no tan deslumbradas con las novedades y más atentas a su lado menos luminoso. Tanto en Internet como fuera de ella, hoy la capacidad de creación se ve capturada sistemáticamente por los tentáculos del mercado, que atizan como nunca esas fuerzas vitales pero, al mismo tiempo, no cesan de transformarlas en mercancía. Así, su potencia de invención suele desactivarse, porque la creatividad se ha convertido en el combustible de lujo del capitalismo contemporáneo: su protoplasma, como diría la autora brasileña Suely Rolnik. (3)

No obstante, a pesar de todo eso y de la evidente sangría que hay por detrás de las maravillas del marketing, especialmente en su versión interactiva, son los mismos jóvenes quienes suelen pedir motivaciones y estímulos constantes, como advirtió Gilles Deleuze a principios de los años noventa. Ese autor agregaba que les corresponde a ellos descubrir “para qué se los usa”; a ellos, es decir, a esos jóvenes que ahora ayudan a construir este fenómeno conocido como Web 2.0. A ellos también les incumbiría la importante tarea de “inventar nuevas armas”, capaces de oponer resistencia a los nuevos y cada vez más astutos dispositivos de poder: crear interferencias e interrupciones, huecos de incomunicación, como una tentativa de abrir el campo de lo posible desarrollando formas innovadoras de ser y estar en el mundo. (4)

Quizás este nuevo fenómeno encarne una mezcla inédita y compleja de esas dos vertientes aparentemente contradictorias. Por un lado, la festejada “explosión de creatividad”, que surge de una extraordinaria “democratización” de los medios de comunicación. Estos nuevos recursos abren una infinidad de posibilidades que hasta hace poco tiempo eran impensables y ahora son sumamente promisorias, tanto para la invención como para los contactos e intercambios. Varias experiencias en curso ya confirmaron el valor de esa rendija abierta a la experimentación estética y a la ampliación de lo posible. Por otro lado, la nueva ola también desató una renovada eficacia en la instrumentalización de esas fuerzas vitales, que son ávidamente capitalizadas al servicio de un mercado que todo lo devora y lo convierte en basura.

Es por eso que grandes ambiciones y extrema modestia parecen ir de la mano, en esta insólita promoción de ustedes y yo que se disemina por las redes interactivas: se glorifica la menor de las pequeñeces, mientras pareciera buscarse la mayor de las grandezas. ¿Voluntad de poder y de impotencia al mismo tiempo? ¿Megalomanía y escasez de pretensiones? En todo caso, puede ser inspirador preguntarse por la relación entre este cuadro tan actual y aquellas intensidades “patológicas” que inflamaban la voz nietzschiana a fines del siglo XIX, cuando el filósofo alemán incitaba a sus lectores a que abandonasen su humana pequeñez para ir más allá. Inclusive más allá del propio maestro, que no quería ser santo ni profeta ni estatua, proponiendo a sus seguidores que se arriesgasen, que lo perdieran para encontrarse y, de ese modo, que ellos también fuesen alguien capaz de llegar a ser “lo que se es”. ¿Cuál es la relación de este yo o de este usted tan ensalzados hoy en día, con aquel alguien de Nietzsche?

Algo sucedió entre uno y otro de esos eventos, un acontecimiento que tal vez pueda aportar algunas pistas. El siglo pasado asistimos al surgimiento de un fenómeno desconcertante: los medios de comunicación de masa basados en tecnologías electrónicas. Es muy rica, aunque no demasiado extensa, la historia de los sistemas fundados en el principio de broadcasting, tales como la radio y la televisión, medios cuya estructura comprende una fuente emisora para muchos receptores. Pero a principios del siglo XXI hizo su aparición otro fenómeno igualmente perturbador: en menos de una década, las computadoras interconectadas mediante redes digitales de alcance global se han convertido en inesperados medios de comunicación. Sin embargo, estos nuevos medios no se encuadran de manera adecuada en el esquema clásico de los sistemas broadcast. Y tampoco son equiparables con las formas low-tech de comunicación tradicional –tales como las cartas, el teléfono y el telégrafo-, que eran interactivas avant la lettre. Cuando las redes digitales de comunicación tejieron sus hilos alrededor del planeta, todo cambió raudamente, y el futuro aún promete otras metamorfosis. En los meandros de ese ciberespacio a escala global germinan nuevas prácticas difíciles de catalogar, inscriptas en el naciente ámbito de la comunicación mediada por computadora. Son rituales bastante variados, que brotan en todos los rincones del mundo y no cesan de ganar nuevos adeptos día tras días.

Primero fue el correo electrónico, una poderosa síntesis entre el teléfono y la vieja correspondencia, que sobrepasaba claramente las ventajas del fax y se difundió a toda velocidad en la última década, multiplicando al infinito la cantidad y la celeridad de los contactos. Enseguida se popularizaron los canales de conversación o chats, que rápidamente evolucionaron en los sistemas de mensajes instantáneos del tipo MSN o Yahoo Messenger, y en las redes sociales como MySpace, Orkut y FaceBook. Estas novedades transformaron a la pantalla de la computadora en una ventana siempre abierta y conectada con decenas de personas al mismo tiempo. Jóvenes de todo el mundo frecuentan y crean ese tipo de espacios. Más de la mitad de los adolescentes estadounidenses, por ejemplo, usan habitualmente esas redes. MySpace es la favorita: con más de cien millones de usuarios en todo el planeta, crece a un ritmo de trescientos mil miembros por día. No es inexplicable que este servicio haya sido adquirido por una poderosa compañía mediática multinacional, en una transacción que involucró varios centenares de millones de dólares.

Otra vertiente de este aluvión son los diarios íntimos publicados en la Web, para cuya confección se usan palabras escritas, fotografías y videos. Son los famosos webblogs, fotologs y videologs, una serie de nuevos términos de uso internacional cuyo origen etimológico remite a los diarios de abordo mantenidos por los navegantes de otrora. Es enorme la variedad de estilos y asuntos tratados en los blogs de hoy en día, aunque la mayoría sigue el modelo confesional del diario íntimo. O mejor dicho: diario éxtimo, según un juego de palabras que busca dar cuenta de las paradojas de esta novedad, que consiste en exponer la propia intimidad en las vitrinas globales de la red. Los primeros blogs aparecieron cuando el milenio agonizaba; cuatro años después existían tres millones en todo el mundo, y a mediados de 2005 ya eran once millones. Actualmente, la blogósfera abarca unos cien millones de diarios, más del doble de los que hospedaba hace un año, según los registros del banco de datos Tecnorati. Pero esa cantidad tiende a duplicarse cada seis meses, ya que todos los días se engendran cerca de cien mil nuevos vástagos, de modo que el mundo ve nacer tres nuevos blogs cada dos segundos.

A su vez, las webcams son pequeñas cámaras filmadoras que permiten transmitir en vivo todo lo que ocurre en las casas de los usuarios: un fenómeno cuyas primeras manifestaciones llamaron la atención en los últimos años del siglo XX. Ahora ya son varios los portales que ofrecen links para miles de webcams del mundo entero, tales como Camville y Earthcam. Hay que mencionar, además, a los sitios que permiten exhibir e intercambiar videos caseros. En esta categoría, YouTube constituye uno de los furores más recientes de la red: un servicio que permite exponer pequeñas películas gratuitamente y que ha conquistado un éxito estruendoso en poquísimo tiempo. Hoy recibe cien millones de visitantes por día, que ven unos setenta mil videos por minuto. Después de que la empresa Google lo comprara por una cifra cercana a los dos mil millones de dólares, YouTube recibió el título de “invención del año”, una distinción también concedida por la revista Time a fines de 2006. Existen, además, otros sitios menos conocidos que ofrecen servicios semejantes, tales como MetaCafe, BlipTV, Revver y SplashCast.

Además de todas estas herramientas -que constantemente se diseminan y dan a luz innumerables actualizaciones, imitaciones y novedades-, existen otras áreas de Internet donde los usuarios no son sólo los protagonistas, sino también los principales productores del contenido, tales como los foros y grupos de noticias. Un capítulo aparte merecerían los mundos virtuales como Second Life, cuyos millones de usuarios suelen pasar varias horas por día desempeñando diversas actividades on-line, como si tuvieran una vida paralela en esos ambientes digitales.

En resumen, se trata de un verdadero torbellino de novedades, que ganó el pomposo nombre de “revolución de la Web 2.0” y nos convirtió a todos en la personalidad del momento. Esa expresión fue acuñada en 2004, en un debate en el cual participaron varios representantes de la cibercultura, ejecutivos y empresarios del Silicon Valley. La intención era bautizar una nueva etapa de desarrollo on-line, luego de la decepción provocada por el fracaso de las compañías puntocom: mientras la primera generación de empresas de Internet deseaba vender cosas, la 2.0 “confía en los usuarios como codesarrolladores”. Ahora la meta es “ayudar a las personas para que creen y compartan ideas e información”, según una de las tantas definiciones oficiales, de una manera que “equilibra la gran demanda con el autoservicio”. (5) Sin embargo, también es cierto que esta peculiar combinación del viejo eslogan hágalo usted mismo con el flamante nuevo mandato muéstrese como sea, está desbordando las fronteras de Internet. La tendencia ha contagiado a otros medios más tradicionales, inundando páginas y más páginas de revistas, periódicos y libros, además de invadir las pantallas del cine y la televisión.

Pero, ¿cómo afrontar este nuevo universo? La pregunta es pertinente porque las perplejidades son incontables, acuciadas por la novedad de todos estos asuntos y la inusitada rapidez con que las modas se instalan, cambian y desaparecen. Bajo esta rutilante nueva luz, por ejemplo, ciertas formas aparentemente anacrónicas de expresión y comunicación tradicionales parecen volver al ruedo con su ropaje renovado, tales como los intercambios epistolares, los diarios íntimos e incluso la atávica conversación. ¿Los e-mails son versiones actualizadas de las antiguas cartas que se escribían a mano con primorosa caligrafía y, encapsuladas en sobres lacrados, atravesaban extensas geografías? Y los blogs, ¿podría decirse que son meros upgrades de los viejos diarios íntimos?

En tal caso, serían versiones simplemente renovadas de aquellos cuadernos de tapa dura, garabateados a la luz trémula de una vela para registrar todas las confesiones y secretos de una vida. Del mismo modo, los fotologs serían parientes cercanos de los antiguos álbumes de retratos familiares. Y los videos caseros que hoy circulan frenéticamente por las redes quizá sean un nuevo tipo de postales animadas, o tal vez anuncien una nueva generación del cine y la televisión. Con respecto a los diálogos tipeados en los diversos Messengers con atención fluctuante y ritmo espasmódico, ¿en qué medida renuevan, resucitan o le dan el tiro de gracia a las viejas artes de la conversación? Evidentemente, existen profundas afinidades entre ambos polos de todos los pares de prácticas culturales recién comparados, pero también son obvias sus diferencias y especificidades.

En las últimas décadas, la sociedad occidental ha atravesado un turbulento proceso de transformaciones que alcanza todos los ámbitos y llega a insinuar una verdadera ruptura hacia un nuevo horizonte. No se trata apenas de Internet y sus mundos virtuales de interacción multimedia. Son innumerables los indicios de que estamos viviendo una época limítrofe, un corte en la historia, un pasaje de cierto “régimen de poder” a otro proyecto político, sociocultural y económico. Una transición de un mundo hacia otro: de aquella formación histórica anclada en el capitalismo industrial, que rigió desde fines del siglo XVIII hasta mediados del XX -y que fue analizada por Michel Foucault bajo el rótulo de “sociedad disciplinaria”-, hacia otro tipo de organización social que empezó a delinearse en las últimas décadas. (6) En este nuevo contexto, ciertas características del proyecto histórico precedente se intensifican y ganan renovada sofisticación, mientras que otras cambian radicalmente. En ese movimiento se transforman también los tipos de cuerpos que se producen cotidianamente, así como las formas de ser y estar en el mundo que resultan “compatibles” con cada uno de esos universos.

¿Cómo influyen todas estas mutaciones en la creación de “modos de ser”? ¿Cómo alimentan la construcción de sí? En otras palabras, ¿de qué manera estas transformaciones contextuales afectan los procesos mediante los cuales se llega a ser lo que se es? No hay duda de que esas fuerzas históricas imprimen su influencia en la conformación de cuerpos y subjetividades: todos esos vectores socioculturales, económicos y políticos ejercen una presión sobre los sujetos de los diversos tiempos y espacios, estimulando la configuración de ciertas formas de ser e inhibiendo otras modalidades. Dentro de los límites de ese territorio plástico y poroso que es el organismo de la especie homo sapiens, las sinergias históricas -y geográficas- incitan algunos desarrollos corporales y subjetivos, al mismo tiempo que bloquean el surgimiento de formas alternativas.

¿Pero qué son exactamente las subjetividades? ¿Cómo y por qué alguien se vuelve lo que es, aquí y ahora? ¿Qué es lo que nos constituye como sujetos históricos o individuos singulares, pero también como inevitables representantes de nuestra época, compartiendo un universo y ciertas características idiosincrásicas con nuestros contemporáneos? Si las subjetividades son formas de ser y estar en el mundo, lejos de toda esencia fija y estable que remita al ser humano como una entidad ahistórica de relieves metafísicos, sus contornos son elásticos y cambian al amparo de las diversas tradiciones culturales. De modo que la subjetividad no es algo vagamente inmaterial, que reside “dentro” de usted -personalidad del año- o de cada uno de nosotros. Así como la subjetividad es necesariamente embodied, encarnada en un cuerpo; también es siempre embedded, embebida en una cultura intersubjetiva. Ciertas características biológicas trazan y delimitan el horizonte de posibilidades en la vida de cada individuo, pero es mucho lo que esas fuerzas dejan abierto e indeterminado. Y es innegable que nuestra experiencia también está modulada por la interacción con los otros y con el mundo. Por eso, resulta fundamental la influencia de la cultura sobre lo que se es. Y cuando ocurren cambios en esas posibilidades de interacción y en esas presiones culturales, el campo de la experiencia subjetiva también se altera, en un juego por demás complejo, múltiple y abierto.

Por lo tanto, si el objetivo es comprender los sentidos de las nuevas prácticas de exhibición de la intimidad, ¿cómo abordar un asunto tan complejo y actual? Las experiencias subjetivas se pueden estudiar en función de tres grandes dimensiones, o tres perspectivas diferentes. La primera se refiere al nivel singular, cuyo análisis enfoca la trayectoria de cada individuo como un sujeto único e irrepetible; es la tarea de la psicología, por ejemplo, o incluso del arte. En el extremo opuesto a este nivel de análisis estaría la dimensión universal de la subjetividad, que engloba todas las características comunes al género humano, tales como la inscripción corporal de la subjetividad y su organización por medio del lenguaje; su estudio es tarea de la biología o la lingüística, entre otras disciplinas.

Pero hay un nivel intermedio entre esos dos abordajes extremos: una dimensión de análisis que podríamos denominar particular o específica, ubicada entre los niveles singular y universal de la experiencia subjetiva, que busca detectar los elementos comunes a algunos sujetos, pero no necesariamente inherentes a todos los seres humanos. Esta perspectiva contempla aquellos elementos de la subjetividad que son claramente culturales, frutos de ciertas presiones y fuerzas históricas en las cuales intervienen vectores políticos, económicos y sociales que impulsan el surgimiento de ciertas formas de ser y estar en el mundo. Y que las solicitan intensamente, para que sus engranajes puedan operar con mayor eficacia. Este tipo de análisis es el más adecuado en este caso, pues permite examinar los modos de ser que se desarrollan junto a las nuevas prácticas de expresión y comunicación vía Internet, con el fin de comprender los sentidos de este curioso fenómeno de exhibición de la intimidad que hoy nos intriga.

(1) Friedrich Nietzsche, Ecce Homo. ¿Cómo se llega a ser lo que se es?, Buenos Aires, Elaleph.com, 2003, pp. 3 y 4.

(2) Lev Grossman, “Time‘s person of the year: You”, en Time, vol. 168, núm. 26, 25 de diciembre de 2006.

(3) Suely Rolnik, “A vida na berlinda: Como a mídia aterroriza com o jogo entre subjetividade-lixo e subjetividade-luxo”, en Trópico, San Pablo, 2007.

(4) Gilles Deleuze, “Posdata sobre las sociedades de control”, en Christian Ferrer (comp.), El lenguaje libertario, vol. II, Montevideo, Nordan, 1991, p. 23.

(5) Para evitar la sobrecarga de referencias de naturaleza efímera, cuyo sentido para el tema analizado no depende prioritariamente de la fuente emisora, se omiten las notas correspondientes a las abundantes citas de este tipo que aparecen a lo largo de este ensayo, relativas a datos y testimonios extraídos de diversos periódicos de circulación masiva, revistas de actualidad, sitios de Internet, gacetillas corporativas, material publicitario y otras informaciones provenientes del universo mediático contemporáneo.

(6) Michel Foucault, Vigilar y castigar, México, Siglo XXI, 1976.


14.7.08

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LAS ANFIBIAS

Adelanto de la novela de Flavia Costa*
que publicará Adriana Hidalgo.







Las anfibias

1

No siempre hubo gárgolas en Belistón. Las gárgolas llegaron una noche de invierno en racimos, en bandadas, en un orden que sólo ellas conocían. Estaban abatidas: habían volado miles y miles de kilómetros como perseguidas por el viento hasta que de pronto las gárgolas mayores, las más experimentadas, decidieron descender en una playa remota, al pie de un bosque ralo y lindero de un desierto que, como todo desierto, parecía un estertor del infinito. Así como iban aterrizando se desplomaban exahustas sobre la arena y quien las hubiera visto allí, despatarradas y confusas, habría podido imaginar que se trataba de oscuras manchas de sal.

Contra lo que suele suponerse, nada atrae más a las gárgolas que lo distante, la esponjosa hostilidad de un mundo que no logran comprender y que las ignora por completo. Cuando avistaron Belistón, cuando percibieron su trazado impecable, su aura luminiscente, se juraron permanecer en ella o alrededor de ella para siempre. Se juraron poseerla, adorarla, protegerla, acosarla hasta su disolución.

Cuentan los habitantes más antiguos de la ciudad que cuando las gárgolas desembarcaron en Belistón no existían todavía las mujeres anfibias. Las anfibias aparecieron después, y hay quienes dicen que fueron inventadas por las gárgolas para que guardaran sus recuerdos, para que los grabaran cuidadosamente en sus entrañas y los transmitieran a sus hijas y a las hijas de sus hijas.

En efecto, las memorias que las primeras rapadas dibujaron en los cuerpos de sus niñas incluían ya a las gárgolas, mientras que los textos de los primeros ancianos, mucho más remotos e imperfectos, las desconocen por completo.

2

Las mujeres de Belistón usaban zuecos rojos, como la sal de la playa. En las noches de verano, la sal roja cubría casi todo el terreno que separaba la costa de las primeras torres de la ciudad fortificada. Los hombres de Belistón habían construido esas murallas enormes, inexpugnables, para evitar el espectáculo del salitre bermellón que teñía las piedras y tapaba malamente los cuerpecitos helados de los jureles olvidados por las olas. Ingenuos, presuntuosos, habían tratado de evitar así aquella visión deletérea que les hacía recordar la historia antigua de la ciudad, cuando la sangre de cada batalla lo cubría todo.

Las mujeres anfibias eran las únicas que muy de vez en cuando se asomaban a las torres -aunque para ello debieran seducir a un centinela-, con la ilusión de dar, en el primer descuido, un vistazo fugaz a la sangre salada de la costa. Sin embargo ésas eran las menos: los centinelas se habían vuelto insobornables. Cada día se hacían más indolentes a las provocaciones de las muchachas, aun de las más bellas, aun de las de cabelleras ardientes y labios de jerez de fruta. Pero ellas, las mujeres anfibias, recordaban la sal en sus sandalias. Y se lamían los dedos de los pies para aliviar aquel recuerdo.

3

En Belistón las mujeres corrían y en sus camisas blancas aparecían leves aureolas sonrosadas. Miraban el cielo y las nubes se plegaban eléctricas una sobre la otra, preparando un temporal sin lluvia que se anunciaba con aromas anisados de cilantro y cúrcuma de jardín.

Mujeres había muchas en Belistón, pero lo que los ancianos echaban en falta eran las matronas anfibias, las caníbales. De ésas quedaban pocas, y si por caso alguna de las niñitas recién nacidas daba muestras de algún rasgo sospechoso de anfibiedad -excesivo amor o aprehensión a los insectos, meticuloso cuidado de las uñas, tendencias piromaníacas--, los padres preferían torcerle un brazo, sellarle un ojo, envolverle los pies con vendas de alquitrán caliente, para que a partir de entonces el futuro se orientara en torno de esa desgracia artificial e insoslayable. Un miembro tórpido, un dolor tangible y persistente --razonaban-- sería siempre más soportable que las tortuosidades de una personalidad desorbitada.

5

Hay una niña en Belistón por la que combaten las mujeres anfibias. Su padre quiere casarla con un agricultor. Las mujeres dan una pelea sin tregua: todos los días se reúnen y piden a los descendientes que protejan el alma de la chiquita. Y luego van y preparan asaltos en los que detienen al padre por la mañana, cuando vuelve de arrear los animales, o por la tarde, cuando carga leños desde lo más oscuro el bosque, y le ruegan que libere a la niña, que termine ya con el castigo, que la deje llevar una vida, en fin, como los antiguos mandan.

La chiquita no tiene dientes y en cambio tiene un par de ojos enormes que parecen a punto de caer, de tan torcidos y separados que le llegan casi detrás de las orejas. Ojos saltones, desprovistos de vivacidad. Secos como estambres, como si hubieran sido lavados con algún líquido astringente.

Los ojos tienen de todas maneras un brillo intenso, casi húmedo -aunque ese brillo no tiene que ver con la presencia o ausencia de humedad: es un puro efecto de la luz--, que se pone aún más intenso en cada arranque de ira, una ira furiosa y virginal, una ira sin causa y sin remedio.

Alrededor de los ojos, la piel seca y rugosa recubre una cabeza oval, un óvalo perfecto del color del maíz, cabello extremadamente fino, una pelusa inconsistente.

Las mujeres -que han visto o imaginado a la chiquilla a través del tragaluz de su cabaña-- le ofrendan sandalias rojas cada madrugada. Se las dejan en la puerta de la casa, bajo el umbral de la casa de su padre, quien cada madrugada, no bien despunta el sol, las recoge con paciencia y las quema en un horno a leña especialmente diseñado para las purificaciones. Con infinito cuidado las desarma pieza por pieza, tira por tira, y las arroja al centro del fuego. Inclusive en el final del verano, el amoroso padre enciende el único horno a leña de toda Belistón, el horno redundante, para quemar hasta volver cenizas las sandalias ofrendadas a su niña.

¿No comprenden, dice el padre, que mi niña tiene ojos violetas y no rojos? ¿No perciben, dice el padre, que mi niña no se parece en nada a ustedes, perras locas flacas rasposas desorientadas? ¿No comprenden, dice el padre, que mi niña es una niña y que con sus ojos violeta y esas sandalias sería capaz de ver el infinito?

Pero claro: quién es capaz de percibir la frontera exacta entre el rojo y el violeta.

A la niña no le apasiona jugar con arcilla ni con las pequeñas piezas de madera que su padre ha venido tallando laboriosamente para ella desde el mismo día en que nació, desde ese día en que la niña era más niña que nunca, si una cosa así fuera posible. Tampoco quema incienso por las noches en la cabaña gris donde la esconde su padre para que no la encuentren las mujeres rapadas ni tampoco el joven novio agricultor, cuya prometida niña pasa encerrada noche y día, los cálidos amaneceres y las heladas tardes de Belistón, mirando el techo, el tragaluz.

La niña pasa sus días y sus noches observando el cielo alabastrino a través de un ventiluz que tiene el tamaño de un almohadón de plumas. Vive en la opacidad y en el silencio, que cuando no es silencio, es un murmullo sordo y sostenido. La niña vive encerrada en una habitación desnuda, con paredes irritadas por la edad. Y si bien detesta aquel encierro, evita pensar en ello. En cambio, se dedica a entrenar sus ojos, a prepararlos para el luminoso día en el que al fin vengan a rescatarla.

19

Testimonio del padre de la niña

Antes de que mi niña naciera, la realidad era menos real. Las formas no estaban acabadas, los sonidos habituales eran más graznidos que sonidos. Antes de que mi niña naciera, el mundo era húmedo y frío, los címbalos y flautas no existían para mí. Antes de mi niña, los contornos de las cosas se desvanecían en la inconsistencia, las aguas eran temblorosas y opacas.

Cuando nació mi niña comencé a vivir. Ella me acompaña por las noches, me guía en sueños, me instruye sobre los campos que debo atravesar, los bosques donde debo ir a buscar los leños más crujientes. Ella es quien elige las presas de mi siguiente cacería, la que arrulla a los pájaros para que no levanten vuelo antes del amanecer, la que echa a rodar año tras año la rueda de la peste y la hunde en los bajofondos del mar; la que protege mi rebaño. Es ella quien, desde su pequeño jardín de piedra, me recita las recetas del sacrifico, la que despierta al mundo cada mañana, quien me recibe por las noches con su susurro de canto. La que me dicta los caminos por donde debo andar, los pasos a seguir, las huellas a relevar (todo esto ella me lo indica sin hablar pero de manera elocuente).

Mi niña es una cigüeña azul que se escabulle entre los cristales de su ventana y observa el horizonte.

Si la felicidad es armonía y silencio, mi niña y yo hemos sido enteramente felices todos estos años -esa forma discreta de la felicidad que se menciona en la doctrina de las gárgolas, en la voz de los ancestros. Cuando mi niña nació, los naranjos estallaron de frutos en verano, maduraron juntos los higos y las fresas, los caracoles tejieron su fino camino de seda y florecieron los rosales durante un año entero.

Mi niña es el modelo de todo lo bello y elevado, todo lo esplendoroso y sublime que reflejado en ella cobra existencia en este mundo de espantajos. Todo lo que ella es y lo que hace, lo que calla o insinúa, lo que destila al andar, lo que parece emerger a través de su presencia; todo lo suave y lo imperecedero y lo brillante es en ella un adorno rico pero accidental: tan poderosamente perfecta es mi niña, la niña misma. Su voz perlina y sus cabellos cortos, sus delicados pies, sus caderas pudorosas. La dulzura de su voz es tan honda que nadie excepto yo podría escucharla.

Mi niña lo ilumina todo con su sola existencia. Y si estamos aquí dialogando, si ustedes escuchan esto que hablo, y si son capaces de entenderlo, es porque mi niña está allí, envuelta en delicados humores ígneos que la protegen y la mantienen viva; porque desde su recinto nos contempla con su mirada dieléctrica y misericordiosa.


*
Flavia Costa nació en Morón, provincia de Buenos Aires, Argentina, en enero de 1971. Trabaja como periodista, traductora y docente en distintas universidades. Desde 1997 integra el grupo editor de la revista "Artefacto. Pensamientos sobre la técnica".


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26.1.08

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LAS CRIADAS


Augusto Monterroso
(Movimiento Perpetuo, Ediciones Era, México, 1972)


(Centro Virtual Cervantes) Augusto Monterroso (1921-2003) es la máxima figura hispánica del género más breve de la literatura, el microrrelato, y una de las personalidades más entrañables, no sólo por su modestia y sencillez, sino también por su excepcional inteligencia y su exquisita ironía.

Autodidacta por excelencia, abandonó sus estudios tempranamente, para dedicarse por completo a la lectura de los clásicos, que amó con pasión, como a Cervantes, cuyo influjo es evidente en su obra. Guatemalteco de adopción y centroamericano por vocación, dedicó una buena parte de su vida a luchar contra la dictadura de su país, antes de darse a conocer internacionalmente con el cuento «El dinosaurio», que, se dice, es el más breve de la literatura en español. Maestro de fábulas, aforismos y palindromías, su papel docente fue de capital importancia en la formación de los más conocidos escritores hispanoamericanos, y de otras latitudes.

Movimiento perpetuo (1972), tercer libro de Augusto Monterroso, se inaugura con una cita de Lope de Vega: «Quiero mudar de estilo y de razones», es decir que el autor prosigue con su intención de no crear un modelo fijo de escritura y antes bien se proyecta en el devenir continuo de formas literarias que le permiten, sin embargo, tratar los temas que le interesan desde sus inicios en la literatura. Esta vez, el ensayo, en su variante de reflexión literaria, va a ser la forma predominante, si bien, esta obra, como indica su título es un oscilar imparable entre distintos géneros, porque como asegura su autor en el «Prefacio» el ensayo es cuento que, incluso llega a ser poema.

El autor deambula por cada uno de los textos. En «Las moscas», «Es igual», «De atribuciones» y «Homenaje a Masoch» descubrimos una voz autocrítica, centrada en asuntos literarios y, a un tiempo, desmitificadora de cualquier quehacer intelectual, porque la visión intimista, cargada de ternura que envuelve a estos textos, contribuye a hacer de la escritura un juego catártico, una liberación a través de la parodia y la ironía que aniquila la vanidad de los autores. Y es que las moscas, volátiles y huidizas, efímeras aunque insistentes, dibujadas a lo largo de las páginas del libro y también comentadas en diferentes textos, son las auténticas protagonistas de esta obra al ser propuestas como objeto literario con diferentes valores simbólicos. La mosca, como detonante y motivo, propone al lector un viaje por la literatura universal al tiempo que posibilita el homenaje a distintos escritores que han incidido de una manera o de otra en la vida y en la obra de Monterroso: en «El informe Endimión», escritores como Rubén Darío y Porfirio Barba Jacobs son evocados de soslayo, mientras se apunta la admiración por Dylan Thomas; en «Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges» se anota que este escritor, a quien relaciona con Chesterton, Melville, Cervantes, Quevedo, Felisberto Hernández, Kafka, el cine y la novela policial, le interesa sobremanera.

Ahora bien, junto a los ensayos de reflexión literaria, se inscriben algunos dichos, aforismos, incluso una poesía quechua traducida al español y que tiene por objeto de inspiración a la mosca. Son textos muy breves que puntualizan la marca peculiar de Monterroso en cuanto a la escritura: «Te conozco, mascarita» habla de la timidez y del humor como rasgos de la personalidad del autor; «Homo Scriptor» y «Dejar de ser mono» aluden al talento, no siempre reconocido, de los escritores latinoamericanos; «Ganar la calle» y «Estatura y poesía» prefiguran y avanzan el próximo libro del autor, ya que inscriben frases de Eduardo Torres, el personaje literario de «Lo demás es silencio»; «Fecundidad» es un texto de una línea que ha suscitado encomiables comentarios entre la crítica y, paralelo a éste se anota «La brevedad», compendio de las premisas creadoras de Monterroso, quien, sin embargo, reconoce anhelar escribir textos larguísimos.

Por encima de todos ellos destaca el texto «Onís es asesino», que participa del experimento lingüístico, del juego fonético unido al manejo de conceptos abstractos, tan asiduo a la tradición literaria hispánica, pero que ha convertido a Monterroso en uno de los cultivadores por antonomasia del palíndromo.

En conclusión, en Movimiento perpetuo el humor amargo se sostiene por el sabio manejo de recursos lingüísticos a la vez que por la inscripción de agudas y sutiles alusiones conceptuales. El cierre de la obra que revierte al comienzo de la misma es muestra, una vez más, de la originalidad de un autor que se resiste a quedar registrado en un modelo estable de escritura.

IMAGEN: La carta de amor, óleo sobre liezo, Vermeer de Delft





Las criadas

Amo a las sirvientas por irreales, porque se van, porque no les gusta obedecer, porque encarnan los últimos vestigios del trabajo libre y la contratación voluntaria y no tienen seguro ni prestaciones ni; porque como fantasmas de una raza extinguida llegan, se meten en las casas, husmean, escarban, se asoman a los abismos de nuestros mezquinos secretos leyendo en los restos de las tazas de café o de las copas de vino, en las colillas, o sencillamentr introduciendo sus miradas furtivas y sus ávidas manos en los armarios, debajo de las almohadas, o recogiendo los pedacitos de los papeles rotos y el eco de nuestros pleitos, en tanto sacuden y barren nuestras porfiadas miserias y las sobras de nuestros odios cuando quedan solas toda la mañana cantando triunfalmente; porque son recibidas como anunciaciones en el momento en que aparecen con su caja de Nescafé o de Kellog's llena de ropa y de peines y de mínimos espejos cubiertos todavía con el polvo de la última irrealidad en que se movieron; porque entonces a todo dicen que sí y parece que ya nunca nos faltará su mano protectora; porque finalmente deciden marcharse como vinieron pero con un conocimiento más profundo de los seres humanos, de la comprensión y la solidaridad; porque son los últimos representantes del Mal y porque nuestras señoras no saben qué hacer sin el Mal y se aferran a él y le ruegan que por favor no abandone esta tierra; porque son los únicos seres humanos que nos vengan de los agravios de estas mismas señoras yéndose simplemente, recogiendo otra vez sus ropas de colores, sus cosas, sus frascos de crema de tercera clase ocupados ahora con crema de primera ahora un poquito sucia, fruto de sus inhábiles hurtos. Me voy, les dicen vigorosamente llenando una vez más sus cajas de cartón. Pero por qué. Porque sí. (Oh libertad inefable.) Y allá van, ángeles malignos, en busca de nuevas aventuras, de una nueva casa, de un nuevo catre, de un nuevo lavadero, de una nueva señora que no pueda vivir sin ellas y las ame; planeando una nueva vida, negándose al agradecimiento por lo bien que las trataron cuando se enfermaron y les dieron amorosamente su aspirina por temor de que al otro día no pudieran lavar los platos, que es lo que en verdad cansa, hacer la comida no cansa. Amo verlas llegar, llamar, sonreír, entrar, decir que sí; pero no, siempre resistiéndose a encontrar a su Mary Poppins-Señora que les resuelva todos sus problemas, los de sus papás, los de sus hermanos menores y mayores, entre los cuales uno la violó en su oportunidad; que por las noches les enseñe en la cama a cantar do-re-mi, do-re-mi hasta que se queden dormidas con el pensamiento puesto dulcemente en los platos de la mañana sumergidos en una nueva ola de espuma de detergente fab-sol-la-si, y les acaricie con ternura el cabello y se aleje sin hacer ruido, de puntillas, y apague la luz en el último momento antes de abandonar la recámara de contornos vagamente irreales.

12.12.07

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Teresa Moure
Hierba mora

Lumen




Solapa: Teresa Moure es doctora en lingüística y ejerce la docencia en las facultades de filosofía y filología de la Universidad de Santiago de Compostela. En 2004 ganó el Premio Lueiro Rey de novela corta con A xeira das árbores y el premio de ensayo Ramón Piñeiro con el texto Outro idioma é posible. En 2005 Hierba mora ganó el Premio Xerais y en abril de 2006 le ha sido concedido el Premio de la Crítica de las letras gallegas.

Contratapa: Hierba mora es el nombre de una planta, una mala hierba común que comparte con la literatura el poder de mitigar el dolor y con las mujeres la mala fama, ya que de una y de otras se ha ido diciendo a lo largo de los siglos que son tóxicas y de mala ralea, muy inclinadas a las malas pasiones.
Hierba mora es también el título de esta novela, que intenta devolver a la vida privada el protagonismo que le corresponde, tomando como pretexto la figura de Descartes. Testigos privilegiado de las andanzas del gran filósofo son tres mujeres bien distintas: la reina Cristina de Suecia, que lo hospedó en su castillo pocos meses antes de su muerte, su amante holandesa Héléne Jans e Inés Andrade, una estudiante de hoy empeñada en mostrar el perfil más íntimo de Descartes, el de un hombre que no supo amar y vivió en ese hueco triste que deja la pasión mal cuidada...



TERCERA PARTE

Ellas, de las que tanto se habla

1

Hay momentos en la vida en que las personas sienten de forma evidente que algo importante va a sucederles. Alguien debería estudiar tal sensación, que probablemente procede de la alimentación, de una precaria ingesta de vitaminas, o de proteínas, aunque también puede deberse a la intervención de un aminoácido despistado o de un funesto oligoelemento; da lo mismo: el caso es que alguien debería estudiar la química de una sensación tal para poder eludirla o controlarla legado el caso. Aunque tengo para mí que lo más probable es que las culpables sean las hormonas. Sí, esas mismas sustancias tan sabias que permiten que los pelos se extiendan por el rostro de los varones y, al tiempo, se aseguran de que las mujeres no sean barbudas, por no contar otras sabidurías de estas sustancias, que hasta parecerían dotadas de inteligencia, tal es la resolución con que actúan. Que, a poco que se piense, resulta sorprendente el modo perfecto en que funciona el mundo. El asunto es que también podría tratarse de la humedad ambiental, o de la temperatura, o de la conjunción de planetas en el universo, o de la voluntad divina, o de Fortuna, que es caprichosa, o de las ondas que emanan del aura que cada uno irradia, o vaya usted a saber de qué, pero por una extraña alianza de las fuerzas ocultas o evidentes, sujetas o no a la gravitación universal, hay momentos en la vida en que todos sentimos que algo importante va a sucedernos. Que se huele en el ambiente la sensación. Hay un aroma a vainilla, a canela, a tierra mojada, a café recién hecho, a polvo volando en un rayo de sol, a castaña asada, a perro mimoso, a orines de bebé, a té de pétalos de rosa, a piel de los brazos en día de calor, a hoja de libro viejo; un aroma, como se puede desprender de la anterior enumeración, bien característico, que no se parece a ninguna otra cosa. Y quien tiene la sensación de que algo importante va a pasar en su vida anda con sonrisa premonitoria, el pelo bien echado sobre la cara, la inseguridad de la adolescencia en las manos y el andar de pisahuevos, que no es la figura más grácil de las que se puedan contemplar la de alguien que sabe que algo importante está a punto de sucederle. Y, por supuesto, siempre hay personas lerdas y palurdas, pesimistas, abatidas, cerradas dentro de sí, que creen en todo momento que la vida que llevan, no importa si feliz o apurada, si ordenada o apasionante, esa vida que habitan cada día es un edificio construido que va a permanecer sin cambios hasta el día mismo de la muerte. ¡Inconscientes! ¡Ignorantes! ¡Inconsistentes! Olvidan que la construyen cada momento y que en cada momento ponen las piedras con las que se levanta la pared. Una mirada intensa a un extraño, una carta que nunca llegó a su destino, un accidente inesperado, un microbio invisible, una idea fugaz pasando por la cabeza pueden estropearlo todo, absolutamente todo. Cuánto más si eso tan importante que va a suceder es objetivamente algo importante, no algo que te estremece a ti, que eres un ser estremecible, sino algo que estremecería a los mismos pilares en los que Atlas hace descansar la bola que habitamos. Y si digo todo esto es porque Hélène, cuando salía de la casa de Zaharías, envuelta en agradecimientos, que todo ha ido bien, que tienes una nieta preciosa, a tu hija caldo de gallina e infusión de pimienta de agua y argentina, ya sabe ella cómo prepararla, le he dejado un manojo para tres días, que se lo tome todo, sí, pasa a darme tu queso a probar cuando quieras, no tengas prisa que no paso hambre cuídate Zaharías, que ya eres abuelo y sigues teniendo la mirada pícara y las manos prontas. Y, al tiempo que marchaba, Hélène, no he visto mujer como ésta, ¡quién tuviera diez años menos!, sintió algo en el aire y tuvo que pararse a cobrar aliento. Disimuló tocando la cofia, que llevaba una de las que ella prefería, una cofia blanca con formas de cono y dos grandes picos a los lados que doblaba hacia arriba y conseguía dejar tiesos como ella quería, planchándolos con el agua de cocer las patatas, como le había enseñado Grethel en los tiempos en que las dos servían en la casa de cierto librero de fama. Mientras se aseguraba de que el pelo estaba bien metido en la cofia, no le fueran a notar la sensualidad fácil los viandantes, que en el pelo es donde se les ve a las mujeres las ganas de que las toquen, en realidad estaba olisqueando el aire. Porque el aire lleva un perfume de vainilla, y a canela, a tierra mojada, a café recién hecho, a polvo volando en un rayo de sol que filtra la contraventana, a castaña asada, a perro mimoso, a orines de bebé, a té de pétalos de rosa, a piel de los brazos en día de calor, a hoja de libro viejo; un aroma bien característico que no se parecía a nada. Y tensó todos los músculos de su cuerpo Hélène, como gata resabida que era, porque en ese mismo momento supo que alguien intentaba deshilar la trama del destino e invertir el camino que ella había preparado cuidadosamente para sí, y, un poco menos resuelta que de costumbre, sensitiva, atenta a las partículas que permanecían suspendidas en el aire, se marchó andando a paso lento hacia su casa.



"La cultura es mucho más rica cuando más mezclada está; los países mestizos tienen ventajas sobre los más homogéneos porque es la diversidad la que nos enriquece. La cultura no puede ser única ni cerrada, pues hay una polinización que ha venido del lejano Oriente, al Oriente próximo, y de ahí a Occidente. La literatura, por ejemplo, se mueve por las autopistas del viento."
(Juan Goytisolo, Barcelona)