SOBRE EL ARTE DE ESCRIBIR
(Clarice Lispector, revista Bepé*) Cuando empecé a escribir, ¿qué deseaba lograr? Quería escribir algo que fuera tranquilo y sin modas, algo como el recuerdo de un monumento alto que parece muy alto porque es recuerdo. Pero quería, de paso, haber tocado realmente el monumento. Sinceramente, no sé lo que simboliza para mí la palabra monumento. Y terminé escribiendo cosas completamente diferentes.
Y nací para escribir. La palabra es mi dominio sobre el mundo. Tuve desde la infancia varis vocaciones que me llamaban ardientemente. Una de las vocaciones era escribir. Y no sé por qué, fue ésta la que seguí. Tal vez porque para las otras vocaciones necesitaría un largo aprendizaje, mientras que para escribir el aprendizaje es la propia vida viviéndose en nosotros y alrededor nuestro. Es que no sé estudiar. Y, para escribir, el único estudio es justamente escribir. Me adiestré desde los siete años para tener un día la lengua en mi poder. Y no obstante, cada vez que voy a escribir es como si fuera la primera vez. Cada libro mío es un estreno penoso y feliz. Esa capacidad de renovarme toda a medida que el tiempo pasa es lo que yo llamo vivir y escribir.
Me preguntaron una vez cuál fue el primer libro de mi vida. Prefiero hablar del primer libro de cada una de mis vidas. Busco en la memoria y tengo en las manos la sensación casi física de sostener aquella preciosura: un libro finito que contaba la historia del Patito Feo y la de la lámpara de Aladino. Yo leía y releía las dos historias, los niños no tienen eso de leer sólo una vez: los niños aprenden de memoria, y aun sabiendo de memoria, releen con mucho de la excitación de la primera vez. La historia del patito que era feo en medio de los otros lindos, pero cuando creció se reveló el misterio: no era un pato sino un bello cisne. Esa historia me hizo meditar mucho, y me identifiqué con el sufrimiento del Patito Feo; ¿quién sabe si yo no era un cisne? En cuando a Aladino, soltaba la imaginación hacia las distancias de lo imposible a las que era proclive: en aquella época lo imposible estaba a mi alcance. La idea del genio que decía: “Pídeme lo que quieras, soy tu ciervo” –eso me hacía caer en el delirio. Quieta en mi rincón, pensaba si algún genio me dijera: “Pídeme lo que quieras”. Pero desde entonces se revelaba que soy de aquellos que tienen que utilizar los propios recursos para obtener lo que desean, cuando lo logran.
Tuve varias vidas. En otras de mis vidas, mi libro sagrado me fue prestado porque era carísimo: Travesuras de Varicita. Ya conté el sacrificios de humillaciones y perseverancias por el que pasé, pues, estando preparada para leer a Monteiro Lobato, el grueso libro pertenecía a una niña cuyo padre tenía una librería. La nena gorda y muy pecosa se vengó volviéndose sádica y, al descubrir cuánto significaría leer ese libro, hizo el juego de “ven mañana a casa que te lo presto”. Cuando yo iba, con el corazón literalmente saltando de alegría, ella me decía: “Hoy no te lo puedo prestar; ven mañana”. Después de cerca de un mes de ven mañana, que yo, altiva como era, recibía con humildad para que la nena no me cortara de una vez por todas la esperanza, la madre de aquel primer monstruito de mi vida comprendió lo que pasaba y, un poco horrorizada de su propia hija, le ordenó que en ese mismo momento me prestara el libro. No lo leí de un tirón: lo leí de a poco, algunas páginas por vez para no gastarlo. Creo que fue el libro que me dio más alegría en esa vida.
En otra vida que tuve, era socia de una biblioteca popular circulante. Sin guía, elegía los libros por el título. Y he aquí que un día escogí un libro llamado El lobo estepario, de Hermann Hesse. El título me gustó, pensé que se trataba de un libro de aventuras del tipo Jack London. El libro, que leí cada vez más deslumbrada, era de aventuras, sí, pero de otras aventuras. Y yo, que ya escribía cuentos cortos, de los
En otra vida que tuve, a los 15 años, con el primer libro ganado con mi trabajo, entré altiva porque tenía dinero a una librería que me pareció el mundo donde me gustaría vivir. Hojeé casi todos los libros de los estantes, leía algunos renglones y pasaba a otro. Y de repente uno de los que abrí contenía frases tan diferentes que me quedé leyendo, presa, allí mismo. Emocionada, pensaba: ¡pero este libro soy yo! Y, conteniendo un estremecimiento de profunda emoción, lo compré. Sólo después supe que la autora no era anónima, y que, por el contrario, se la consideraba una de las mejores escritoras de la época: Katherine Mansfield.
Hay tres cosas por las que nací y por las que doy mi vida. Nací para amar a los otros, nací para escribir y nací para criar a mis hijos. El “amar a los otros” es tan vasto que incluye hasta el perdón para mí misma, con lo que sobra. Las tres cosas son tan importantes que mi vida es corta para tanto. Tengo que apurarme, el tiempo urge. No puedo perder un minuto del tiempo que hace mi vida. Amar a los otros es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio.
Tal vez ése haya sido el mayor esfuerzo de vida: para comprender mi no-inteligencia, mi sentimiento, fui obligada a volverme inteligente. (Se usa la inteligencia para entender la no-inteligencia. Sólo que después el instrumento –el intelecto- por vicio de juego se sigue usando; y no podemos tomar las cosas con las manos limpias, directamente de la fuente.)
Ésta es una confesión de amor: amo la lengua portuguesa. No es fácil. No es maleable. Y, como no fue profundamente trabajada por el pensamiento, su tendencia es de no tener sutilezas y reaccionar a veces con un verdadero puntapié contra los que temerariamente osan transformarla en una lengua de sentimiento y de alerta. Y de amor: La lengua portuguesa es un verdadero desafío para quien escribe. Sobre todo para quien escribe sacando de las cosas y de las personas la primera capa de superficialidad.
Dije una vez que escribir es una maldición. No me acuerdo exactamente por qué o dije, y con sinceridad. Hoy repito: es una maldición, pero una maldición que salva.
A veces tengo la impresión de que escribo por simple curiosidad intensa. Es que, al escribir, me doy las sorpresas más inesperadas. Es en el momento de escribir cuando muchas veces soy consciente de cosas, de las cuales, siendo inconsciente, antes yo no sabía que sabía.
Las más de diez novelas, cuentos y narraciones para niños que publicó la ubican como una de las más grandes escritoras del siglo XX en lengua portuguesa. Su obra, elaborada en una vida apartada y solitaria, abarca el realismo, el naturalismo, la prosa poética, el romanticismo y el simbolismo, tejidos de una suerte de “realidad adivinada”.
* Versión en español extraída de Bepé, revista institucional de
Texto online recomendado: Silencio
1 comentario:
Qué textos tan maravillosos de Clarice, me siguen emocionando.Un descubrimiento que perdurará para mi toda la vida.
Un blog precioso, gracias por compartir las palabras y la escritura de C.Lispector.
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