"Cuando la España cristiana medieval atravesaba un periodo de oscurantismo en el que ni siquiera se planteaba ningún tipo de higiene y mucho menos personal, la Córdoba musulmana contaba con más de seiscientos baños árabes públicos, herederos de las termas romanas.
Lugar de descanso, de reunión social y política, en ciertas regiones el hammam constituye, especialmente para las mujeres,
una de sus distracciones favoritas y todo un ritual generador de belleza y sensualidad,
al tiempo lugar donde mejor se desvanece cualquier desigualdad de índole social."


22.8.07

Lipovetsky insiste con la tercera mujer


"LA METAMORFOSIS DE LA IDENTIDAD FEMENINA"

(Por Yanet Aguilar Sosa, El Universal, 21 de agosto) A la mujer de hoy le toca emprender una lucha individual hacia la libertad y hacia la autonomía; atrás quedó la batalla colectiva, la del feminismo del siglo pasado que rindió grandes frutos; ahora cada mujer tiene el reto de buscar la igualdad desde su propia existencia, porque en la sociedad moderna impera un individualismo que la lleva a hacer un feminismo menos victimizado, un feminismo a la moda americana: la de mujer-sujeto.
Esa es la era de la Tercera Mujer, como dice el sociólogo y filósofo francés Gilles Lipovetsky, la que reúne en sí misma la revolución moderna de la autonomía individual con las reglas de su pasado, como lo determina la hipermodernidad que vivimos.
“La Tercera Mujer debe combinar el avance de la igualdad con la perpetuación de la disimetría masculino-femenino, también la voluntad de ser reconocida como igual y al mismo tiempo la voluntad para expresar su diferencia. Ahora los contrarios se unen”, señaló el estudioso durante su conferencia La metamorfosis de la identidad femenina, como parte de la Cátedra Simone de Beauvoir, que impartió ayer en el auditorio IUS Semper Loquitur, de la Facultad de Derecho de la UNAM.
Lipovetsky, considerado como uno de los profetas de la posmodernidad a través de sus estudios y libros en los que ha descrito a la sociedad individualista actual, aseguró que la larga caminata hacia la libertad y la autonomía de las mujeres no ha terminado, pero que será distinta a la del pasado, por lo que harán falta medidas presupuestarias, como guarderías y seguros médicos, para que las mujeres puedan decidir su tiempo.
El proceso hacia la igualdad y la autonomía no se ha detenido, simplemente se ha individualizado, dijo, tanto que hoy en día ya no hay un feminismo recalcitrante, las mujeres ya no envidian a los hombres, “la Tercera Mujer promueve un feminismo desde la feminidad, ya no quiere ser hombre, es decir, se han reconciliado con su feminidad”.
Gilles Lipovetsky, profesor en Grenoble, que en 1983 desató la polémica con su obra La era del vacío, un ensayo sobre el individualismo contemporáneo, señaló que el reto de la mujer no es fácil aunque sí positivo.
“Qué hacer con su vida, cómo enfrentarla, cómo conciliar el papel moderno y el papel tradicional, cómo conciliar el trabajo y la vida doméstica, cómo manejar su tiempo, que tiene otro significado que para los hombres. La Tercera Mujer tiene dudas sobre sí misma, se encuentra ante la incertidumbre”.
Aseguró que la mayoría de las mujeres siguen limitadas a lugares que requieren poca capacidad de ejecución, siguen siendo víctimas del machismo, reciben un salario menor al de los hombres; pero también es cierto que hay una feminización de la pobreza, porque gran número de mujeres dejan su carrera para dedicarse a la familia y cuando se divorcian tienen que retomar su vida profesional para mantener a los hijos.
“Por eso en la Tercera Mujer impera un feminismo más individualizado, más distanciado, menos victimario; la mujer tiene la voluntad de construirse a ella misma, el feminismo es más irónico con relación a sí mismo y con relación a los hombres, una buena noticia para las mujeres y también para los hombres”.
Pero no es fácil, a pesar de los avances que han tenido las mujeres en lo cultural, les faltan obtener mejores papeles en lo social, en la vida pública; por ejemplo, comienza a tener mejores puestos en el rubro político, pero no en el económico, que será el más difícil de conquistar, tal como lo demuestran las encuestas en Europa, en donde sólo 8% entre más de 200 grandes empresas son dirigidas por mujeres y en Estados Unidos ocupan 13%; en el hogar, las cosas no han avanzado mayormente, se han dado modificaciones culturales, la madre es también trabajadora, pero en lo social tienen el mismo papel y la rigen las mismas reglas impuestas en décadas pasadas.


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(FEMPRESS, Por Viviana Erazo, 2001) Desde hace tres décadas, se mueve en la escena del mundo occidental una mujer que conquistó el poder de disponer de sí misma, de decidir sobre su cuerpo y su fecundidad, el derecho al conocimiento y a desempeñar cualquier actividad. Sin embargo, dice el filósofo e investigador francés Gilles Lipovetsky, este cambio "no significa una mutación histórica absoluta que hace tabla rasa del pasado. Nos equivocamos, yo incluido, cuando creímos que se había instalado un modelo de similitud de los sexos, es decir, un proceso de intercambiabilidad o de indistinción de los roles masculino y femenino".
El libro "El segundo sexo", (1949), como Simone de Beauvoir definió al ser femenino por su subordinación al hombre, ya no describe la nueva condición de la mujer. Después de los años 60s y las transformaciones sociales y culturales que tuvieron lugar en occidente, se ha producido el advenimiento histórico de la mujer sujeto, lo que Lipovetsky llama: La Tercera Mujer.
Conocido por sus libros "La era del vacío", "El imperio de lo efímero", "El crepúsculo del deber", en los que da cuenta de sus investigaciones sobre las tendencias fundamentales de la cultura actual y expone sus tesis sobre el replanteamiento del individualismo y la posibilidad de una ética postmoderna, estuvo en Chile como invitado especial de la Universidad Nacional Andrés Bello, para participar en el Ciclo de Conferencias "Una mirada al alma" . En él expuso los postulados de su último libro, aún no traducido al español, "La tercera mujer: permanencia y revolución de lo femenino" tan cuestionado como aplaudido en el debate que ha generado.

LA PRIMERA Y SEGUNDA MUJER
Durante el período más largo de la historia de la humanidad, la mujer fue considerada como un mal necesario, un ser inferior, sistemáticamente despreciado por los hombres. Esa es la primera mujer, de acuerdo a Lipovetsky, de la que tanto griegos como romanos y predicadores cristianos denunciaron sus vicios y la estigmatizaron como un ser tramposo y funesto. Inferiorizados sus roles, las actividades masculinas eran consideradas dignas de gloria e inmortalidad.
Un cambio cultural e histórico muy importante empezó a producirse después de la segunda edad media a partir del código del amor cortesano que rendía culto a la dama amada y exacerbaba su perfecciones morales y estéticas. Ya en los siglos 18 y 19 es a la esposa, madre y educadora de los niños a la que ponen en pedestal filósofos, ideólogos y poetas. De acuerdo al análisis de Lipovetsky, esa es la segunda mujer, no reconocida aún como sujeto igualitario y autónomo pero cuyos roles son reconocidos socialmente, celebrándose de manera especial ese nuevo poder de formar a los niños, de educar lo masculino y civilizar comportamientos y costumbres.

EL RESCATE DE LA DIFERENCIA
Hoy, según el filósofo, la libertad de gobernarse a sí misma/o, que ahora se aplica indistintamente a hombres y mujeres, es una libertad que se construye siempre a partir de normas y de roles sexuales que permanecen diferenciados. Un ejemplo es la relación prioritaria de la mujer con el mundo privado, la afectividad y los sentimientos, así como la permanencia de su rol al interior de la familia. En el terreno del amor y la seducción, y a pesar de la revolución sexual, esta época no logró cambiar la posición tradicional de las mujeres en sus aspiraciones amorosas. No obstante la caída de innumerables tabúes, el sentimiento sigue siendo el fundamento privilegiado del erotismo femenino. Si bien en las maniobras de acercamiento entre los dos sexos las mujeres empezaron a tomar la iniciativa, es mucho más discreta y selectiva que la que practican los hombres.
Para Lipovetsky, las desigualdades que aún persisten en el mundo del trabajo, de la política y otros no se explican sólo como sobrevivencia de valores del pasado, retraso o arcaísmo, que la dinámica igualitaria hará desaparecer en el futuro.
El lugar predominante de la mujer en el rol familiar se mantiene no solamente a causa del peso cultural y de las actitudes egoístas de los hombres, argumenta, sino porque estas tareas enriquecen sus vidas emocionales y relacionales, y dejan en su existencia una dimensión de sentido.
En las sociedades postmodernas, los códigos culturales que obstaculizan radicalmente el gobierno de sí misma, como la virginidad o la mujer en el hogar, pierden terreno. En cambio, afirma Lipovetsky, "los códigos sociales que como las responsabilidades familiares permiten la autoorganización, el dominio de un universo propio, la constitución de un mundo cercano emocional y comunicacional, se prolongan cualquiera sea la crítica que los acompañen por parte de las propias mujeres".

EL TERRENO DEL PODER
A pesar de la feminización de las carreras y del empleo, el poder económico y político permanece mayoritariamente en manos masculinas. Si las mujeres están asociadas prioritariamente al polo privado de la vida y los hombres al público, esto tiene consecuencias inevitables en la cuestión del poder. Aunque lejos estemos todavía de una sociedad que dé las mismas posibilidades a hombres y mujeres en el acceso a éste, no se debe solamente a los obstáculos masculinos sino a la priorización que dan las mujeres a los valores privados que las vuelve refractarias a la lucha del poder por el poder.
Se espera que en el futuro habrá muchas mujeres en los centros de poder, pero no será el poder político el último bastión masculino en caer; será el poder económico el más lento en abrirse a las mujeres.
Estas, sugiere Lipovetsky, manifestarán mayor inclinación por puestos de responsabilidad política que comprometerse en luchas por grandes puestos de poder en las empresas. "Aceptarán mejor sacrificar una parte importante de sus vidas privadas por causas que vehiculicen un sentido de progreso para los otros, que expresen un ideal común, que sacrificarse por funciones económicas marcadas sobre todo por el gusto del poder por el poder".

LA TERCERA MUJER
La Tercera Mujer rechaza el modelo de vida masculino, el dejarse tragar por el trabajo y la atrofia sentimental y comunicativa. Ya no envidia el lugar de los hombres ni está dominada como diría el psicoanálisis por el deseo inconsciente de poseer el falo. Representa una suerte de reconciliación de las mujeres con el rol tradicional, el reconocimiento de una positividad en la diferencia hombre-mujer. "La persistencia de `lo femenino' no sería ya un aplastamiento de la mujer y un obstáculo a su voluntad de autonomía, sino un enriquecimiento de sí misma".
La larga marcha por la autonomía de las mujeres no está terminada. Lipovetsky considera que en el futuro será más importante la movilización y responsabilidad individual que las movilizaciones colectivas. "Será un feminismo más individualizado, menos militante, el que se vislumbra en todo caso en las naciones europeas. Un feminismo tal vez más irónico en relación a sí mismo y "vis a vis" de los hombres. Un feminismo que no parte en guerra contra la femineidad y que no diaboliza al hombre".

(FEMPRESS, Por Pilar Maurell, Barcelona, 2001) Dice Lipovetsky que «las mujeres son imprevisibles» y de ahí que su libro empezara siendo una cosa y acabara por otros derroteros teóricos. Porque el filósofo francés Gilles Lipovetsky acaba de publicar La tercera mujer (Anagrama), un libro en el que analiza la situación de la mujer moderna en los 90. Un estudio, además, que le ha costado varias discusiones con las «feministas más radicales».
El autor de La era del vacío y de El imperio del efímero aborda la figura de la tercera mujer, o lo que es lo mismo, «un compendio entre la autonomía individual de la propia mujer y la tradición». Este filósofo, formado en la revolución sexual y cultural de los 60, creía, antes de empezar su estudio, que esta década «lo había cambiado todo y que los individuos eran iguales», pero más adelante se dio de bruces contra la realidad y decidió seguir por este sendero.
«En mi libro propongo una interpretación [del rol de la mujer] que ha chocado mucho a las feministas», asegura Lipovetsky. «Muestro que hay normas y valores sociales que desaparecen, mientras que otros se mantienen». Es decir, el culto a la belleza, las formas de seducción y la posición de la mujer en el hogar» han permanecido, mientras que, por ejemplo, «el culto a la virginidad ha desaparecido por completo».
A partir de esta constatación, Lipovetsky se pregunta: «¿Por qué se produce este hecho?», si lo más lógico es que «las normas desaparecieran al mismo tiempo». La respuesta es que, a lo largo de los siglos y, especialmente, a finales de milenio, «lo que obstaculiza el libre albedrío de las mujeres ha desaparecido, mientras que las normas tradicionales, compatibles con la autonomía de la mujer, se van perpetuando».

DESIGUALDAD DE ROLES
De modo que «persiste la desigualdad en los roles», asegura el filósofo. «Creo que la mayor parte de las mujeres desean ser cortejadas, deseadas... y esto explica que la tradición se perpetúe», comenta Lipovetsky, algo divertido, y añade serio que «existe la necesidad imperante de recomponer la identidad femenina».
Una identidad que bebe de la revolución de los 60 pero que, a su vez, se opone a ella. Así, el filósofo argumenta: «En los 60 no querían ser mujeres objeto, no se maquillaban..., mientras que ahora la industria de la estética está viviendo su etapa dorada». «Las mujeres tienen el poder de estudiar, de trabajar y tener éxito, pero a la vez no quieren renunciar a su feminidad», subraya.
Y esto, según Lipovetsky, es lo que no entienden las feministas radicales. El filósofo no niega que «el feminismo de los 60 y los 70 haya puesto sobre el tapete temas importantes», pero considera que estas mujeres defienden un ideal arcaico. «En este feminismo», asegura, «no se ha entendido la transformación de lo femenino, que es lo que yo llamo la tercera mujer». Actualmente «existe una preocupación por la estética, lo que no impide que la mujer se desarrolle en su trabajo», y «esto es lo que las feministas no han entendido», concluye el filósofo.

EL SEXO, EL HOGAR Y EL TRABAJO
Lipovetsky acompaña cada afirmación con datos extraídos de estudios recientes de mercado o sociólogos y estudia la mujer en tres ámbitos: en el sexo, en el hogar y en el trabajo.
Así en su libro afirma que «las mujeres son mucho más numerosas que los hombres a la hora de optar a un empleo a tiempo parcial: ocho de cada 10 veces, dichos puestos los ocupa la mujer».
En cuanto al rol femenino en el hogar, Lipovetsky cita un estudio que indica que «el 79% de las españolas, el 70% de las inglesas y las alemanas, y el 60% de las francesas e italianas declaran que su cónyuge no realiza tarea doméstica».
También aborda un problema muy actual, que afecta sobre todo a las jóvenes generaciones: la fiebre de la belleza y el mercado del cuerpo. ¿Qué mujer no sueña estos días con estar delgada? «La delgadez», dice, «se ha convertido en un mercado de masas. En 1993, cuatro de cada 10 francesas querían adelgazar, el 70% por razones estéticas. En Estados Unidos, el 75% de las mujeres se consideran demasiado gordas, habiéndose doblado su número los años 70 y 80».
Lipovetsky defiende que la que llama «tercera mujer», en contra de la primera -de la época medieval- y la segunda -símbolo de belleza-, se forma a partir de la mezclar de la modernidad y la tradición.
«La mujer reivindica tener estudios y trabajo, pero al mismo tiempo no rechaza las diferencias existentes entre ambos sexos», lo que sí «ha rechazado es el feminismo», asegura el filósofo.
Y en medio de esta revolución a toma de posiciones de las mujeres de fines de milenio, ¿dónde queda la figura masculina? Lipovetsky se contesta formulando una pregunta: «¿No hemos ido demasiado lejos exagerando la crisis de la masculinidad?».
Para el filósofo esta cuestión aparece «en los libros y la han desarrollado los novelistas», pero «no es algo que yo observe en la realidad». Y como él ha decidido basarse en lo que ve, da la cuestión por concluida.

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"La cultura es mucho más rica cuando más mezclada está; los países mestizos tienen ventajas sobre los más homogéneos porque es la diversidad la que nos enriquece. La cultura no puede ser única ni cerrada, pues hay una polinización que ha venido del lejano Oriente, al Oriente próximo, y de ahí a Occidente. La literatura, por ejemplo, se mueve por las autopistas del viento."
(Juan Goytisolo, Barcelona)