"Cuando la España cristiana medieval atravesaba un periodo de oscurantismo en el que ni siquiera se planteaba ningún tipo de higiene y mucho menos personal, la Córdoba musulmana contaba con más de seiscientos baños árabes públicos, herederos de las termas romanas.
Lugar de descanso, de reunión social y política, en ciertas regiones el hammam constituye, especialmente para las mujeres,
una de sus distracciones favoritas y todo un ritual generador de belleza y sensualidad,
al tiempo lugar donde mejor se desvanece cualquier desigualdad de índole social."


12.8.07

Clítoris


MALA PALABRA EN CUALQUIER IDIOMA



"Creo que lo que más me ayudó a salvarme de la sumisión fueron las novelas" (Ayaan Hirsi Ali)


“…Por las palabras y los gestos de la abuela pensé que ese espantoso kintir llegaría un día a ser tan largo que se balancearía de un lado a otro entre mis piernas. Me agarró y me sujetó el tronco en la misma posición en que había colocado a Mahad. Otras dos mujeres me separaron las piernas. El hombre, que probablemente era un cincuncisor tradicional itinerante del clan de los herreros, cogió unas tijeras. Con la otra mano agarró la entrepierna y empezó a pellizcarlo, como la abuela cuando ordeña una cabra. “Ahí está el kintir”, dijo una de las mujeres (…) Entonces las tijeras descendieron entre mis piernas y el hombre cortó mis labios interiores y el kintir. Lo oí, como cuando el carnicero corta la grasa de un pedazo de carne…”
(Infiel, Debate, México, 2007, traducción del holandés: Sergio Pawlowsky).


No deja de resultar extraño que una palabra que los occidentales evitan pronunciar en público, sea tan común entre los musulmanes, me atrevería decir incluso, la más usual. Incluso los niños que, enterados de que la niña de a lado aún tiene el kintir, le componen cancioncillas burlescas: kintir, kintir, todavía tienes el kintir. La primera vez que alguien se mofó de su kintir, Ayaan Hirsi Magan adquirió consciencia de la anómala presencia en su cuerpo. Había escuchado decir a su abuela que, de tan perjudicial, el kintir se les extirpaba quirúrgicamente a las niñas, pero ante el rechazo del padre de Ayaan ante semejante práctica, la niña había llegado a los ocho años con el kintir intacto.
Pero su abuela materna decidiría por ella y por su hermana pequeña, Haweya, incluso por Mahad, el primogénito, que no había sido circuncidado, en ausencia de los padres que habían salido de la ciudad. Al regresar, la pareja encontraría llorando al niño y a las niñas convaleciendo de piernas abiertas y entre terribles dolores el brutal corte de clítoris y la posterior sutura que mantendría a buen resguardo su pureza hasta el matrimonio. De nada sirvió la ira de los padres contra la abuela convencida de haber cumplido con su deber: el daño estaba hecho.

Lejos de alimentar resentimiento hacia una abuela que cada día proclamaba su vergüenza por ser mujer y se despreciaba profundamente por ello, Ayaan empezó a buscar explicaciones: había, ante todo, que entender el Islam (que significa “sumisión”); convencerse de que su abuela la había salvado de la prostitución y sobre todo de la ira de Alá. Y si bien la niña se abismó en el estudio del Corán no pudo escapar a la tentación de las novelas occidentales que mostraban un mundo donde la palabra kintir tiene otro significado y las mujeres no estaban forzadas a pesar por la pesadilla de la ablación y podían estudiar una carrera, trabajar, ganar dinero… ¡casarse con el hombre que eligieran! El colmo del libertinaje, por supuesto. Esas novelas que alimentaron la imaginación de Ayaan al tiempo que el Corán alimentaba su sentimiento de culpa, se oponían radicalmente a los preceptos del Islam, pero Ayaan, adolescente al fin y al cabo (aunque en Somalia, como en todos los países musulmanes, se pasa de niña a mujer, sin transición, a partir de la primera menstruación) se estremecía de emoción con las novelas de Emily Brontë, Jane Austen, Daphne Du Maurer, Bárbara Cartland y Danielle Steel, con las que además intentaba perfeccionar su inglés.

Fue también gracias a estas historias pecaminosas que Ayaan descubrió, no sin desconcierto y, ¿por qué no decirlo?, un poquito de alegría, que la extirpación del clítoris no era impedimento para estremecerse con las escenas de amor y, por consiguiente, soñar con príncipes de ojos negros. Estas emociones clandestinas eran acompañadas de accesos de culpa, más castrantes aún que eso que eufemísticamente conocemos en Occidente como “circuncisión femenina”, porque Ayaan es una devota estudiosa del Corán, siendo incluso la única de su grupo que se cubre de la cabeza hasta los pies, incitando las pullas de sus compañeras (que sin embargo se ufanan de su condición de circuncisas) y el orgullo de su madre que con los años se ha vuelto más rígida con respecto a la observancia de la ley de Alá. Con todo y esto, es la única que se atreve a debatir con sus maestros sobre aspectos que la inquietan como sería la contradicción de que, mientras se asume que los seres humanos son todos iguales ante los ojos de Alá, se recalca una y otra vez la inferioridad de las mujeres. ¿Por qué, pregunta Ayaan a su maestra, la esposa ha de pedir permiso para todo al esposo y el esposo no pide permiso a la esposa? Por respuesta obtiene una carcajada general por parte de las jóvenes que asisten con ella a la clase: “(…) Al leer "El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde" comprendí que los dos caracteres eran una misma persona, que tanto el mal como el bien residen en nosotros. Era más excitante que leer hadices.”

La decisión que orilló a la futura Ayaan Hirsi Ali a cambiar su nombre cuando solicita asilo en Holanda, dista de obedecer a razones superficiales pues Ayaan sinceramente desea ser una digna hija del Islam, ser tan perfecta como sea posible, hasta que desencantada descubre que una mujer no puede aspirar a la perfección en el Islam, más aún, no puede aspirar a llamarse ser humano: se siente como cuando un amante no corresponde a tu ardiente sentimiento y exige cada día más sin ofrecerte una caricia a cambio. Ayaan no encuentra conformidad en la idea de que Alá fuerce a las mujeres a doblegarse hasta la anulación, mientras que a los hombres se les permiten todas las libertades. La palabra de la mujer vale la mitad que la de un hombre, pero esto es en realidad mero tecnicismo porque la palabra de la mujer en el Islam no vale nada. Ayaan no tarda en entender que las expresiones aterradas de las novias al ser públicamente entregadas al que será su esposo, al que a veces ni siquiera conocían antes de la boda, no son cuestión de protocolo sino la certeza de que esa noche serán torturadas de nuevo. Lo que nosotros llamamos “luna de miel”, para una novia del Islam representa revivir el trauma de la ablación, aunque ya sin la intervención de terceros que mantengan separadas las piernas de la virgen circuncidada. El “pobre” marido ha de arreglárselas como puede para lograr el glorioso instante de la eyaculación, llegando a servirse de un cuchillo para acceder a su placer.

Lo más impactante del relato de esta joven mujer somalí nacida en Mogadiscio el 13 de noviembre de 1969, bajo el régimen ¡comunista e islámico! del tirano Siad Barre, a quien el padre de Ayaan combate desde la clandestinidad, no es la descripción de tales violaciones sino el autodesprecio de las propias mujeres; la culpa que el solo hecho de menstruar les representa: Ayaan será salvajemente golpeada por su madre cuando esta descubre las evidencias de que su hija de catorce años ha empezado a sangrar. La niña no entenderá lo que pasa con ella hasta que su hermano mayor se lo explica con increíble paciencia y hasta le indica que debe usar Stayfree.

La diferencia entre Ayaan y sus amigas, compañeras e incluso su hermana menor que incurrió en una rebelión irreflexiva que la llevará a la muerte, es que piensa por sí misma, inmensa virtud tanto para una mujer como para un varón que años más tarde incitará al iraní Afshin Ellian, profesor de Derecho Penal de la Universidad de Ámsterdam, a designarla “la Voltaire que requiere el Islam.” Se da el lujo de rechazar a un pretendiente; se casa en secreto con un hombre al que cree amar pero al que no quiere volver a ver después de la brutal desfloración en un hotelucho inmundo. Por suerte para ella el matrimonio es nulo pues se ha efectuado sin la presencia de un hombre que represente a la novia, sin contar que no acarrea un embarazo en consecuencia. El padre de Ayaan, que siempre se ha distinguido por su sentido democrático y su igualdad de trato para con su hijo con respecto a sus hijas, arregla un provechoso matrimonio para ella. Ayaan adora a su padre por sobre todas las cosas y lo último que quisiera es acarrearle un disgusto, pero intenta hacerle ver que el marido que ha elegido para ella, un somalí radicado en Canadá, le parece aburrido en extremo y no le inspira ni siquiera simpatía: ¡No puedes rechazar a un buen partido solo porque no lee novelas!”, intenta hacerle ver su padre. Enfilando abnegada hacia su destino, Ayaan comprende de pronto que se le está brindando una oportunidad que no puede desperdiciar: antes de reunirse con el que será su esposo en Canadá, habrá de hacer una escala en Alemania donde será acogida por unos parientes que se encargarán de entregarla sana y salva en el altar. Sin habérselo propuesto, su padre la ha puesto ante una posibilidad que nunca hubiera creído posible: la libertad. “El viernes 24 de julio de 1992, subí al tren. Todos los años rememoro esa fecha. Para mí es mi verdadero cumpleaños: ese día nací como persona, tomé decisiones por mí misma sobre mi vida. No huía del Islam o hacia la democracia. En aquel entonces no abrigaba grandes ideas. No era más que una muchacha que quería ser ella misma; así que me precipité a lo desconocido.” (p. 246).

"Infiel", la autobiografía de la mujer que se rebeló contra el Islam, relata minuciosamente la aventura que representó para Ayaan Hirsi Ali encontrar refugio en Holanda y ganarse, en primer lugar, el derecho a permanecer ahí y después la nacionalidad, y si bien se trata de una narración que corta el aliento, lo más trascendente es el proceso mediante el cual la muchacha que asistía cubierta de pies a cabeza a las clases del Corán evoluciona en la lucida pensadora que se identifica con Spinoza, pero sobre todo con Mary Wollstonecraft, y denuncia a voz en cuello su discrepancia con los preceptos retrógrados del Islam que, además de mantener esclavizadas a sus mujeres, propagan la miseria, la violencia y la ignorancia, volviéndose con esto blanco de los mismo fanáticos que asedian a Salman Rushdie, caso que ella rememora en el libro pues siendo estudiante presencia la quema simbólica de Los versos satánicos en una plaza pública: “Me sentía extraña, a disgusto. Me pregunté si no era necio haber comprado siquiera un ejemplar de ese libro para quemarlo; después de todo, el dinero iría a parar al bolsillo del autor (…)” (p. 158) La vida de Ayaan está cimentada en preguntas cuyas respuestas, o bien demoran mucho en llegar o nunca llegan. Esas dudas que la han conducido al libro sagrado, a las novelas occidentales y a la filosofía, la llevaran directo al ejercicio de la política.

Al llegar a Holanda, Ayaan empieza con cambiar sus faldas largas por pantalones de varón y recortar su melena impeinable. No habla ápice de holandés pero domina una lengua que la ayudará a salir del paso en cualquier país del mundo: el inglés. Esto le facilitará emplearse como traductora, primero en el albergue para refugiados donde vive los primeros meses. Dicho oficio la ayuda a costearse el curso que requiere aprobar para ingresar a la universidad de Leiden (las lecciones de holandés corren por cuenta del gobierno que la acoge). Su frenética búsqueda de respuestas y soluciones, la instala en una carrera que todos le desaconsejan pero es sin duda para la que está hecha: Ciencias políticas. Aunque no alberga más ambición que la de hacerse oír por sus hermanas y algún que otro varón islámico pensante como su propio padre, terminará siendo diputada por el partido Liberal, que por cierto habría de ser derrotado en las elecciones generales por el PvdA, partido de origen de Ayaan en el que sin embargo no encuentra la comprensión que requiere para proponer una reforma a las leyes que permiten a la comunidad islámica de Holanda practicarle la circuncisión a niñitas de párvulos sobre una mesa de cocina: “En Holanda, los votantes de cada lista pueden indicar, si lo desean, su preferencia por determinados candidatos. Esto comporta un cálculo complicado, pues si son muchos los votantes que expresan su apoyo a un candidato concreto, esta persona puede ascender de posición en la lista electoral. Yo estaba en la decimosexta posición, pero quedé sexta en las preferencias individuales de los votantes: era un resultado excelente para una advenediza (…)”

Ayaan estaba destinada a convertirse en el miembro más controversial del Parlamento Holandés y su postura incitaba reacciones extremas: odio o admiración, sin medias tintas. Imposible mantenerse tibia ante la joven diputada, negra, somalí, musulmana y alta como una modelo que afirma, entre otras cosas, que no podían continuar pasándose por alto los “crímenes de honor” perpetrados sobre musulmanas a manos de sus propios parientes, en un afán por respetar las tradiciones de los inmigrantes y que era necesario, ¡urgente!, que el Estado dejara de subvencionar las escuelas basadas en el Corán que solo inculcan el odio y la intolerancia e inhibían la creatividad y la imaginación de los individuos. Se le calificó, entre otras lindezas, de “derechista”, pero es un hecho que Ayaan deseaba impedir que otras mujeres y niñas fueran, dicho por ella misma, traicionadas por el Islam: “(…) Si las mujeres jóvenes y adultas carecen de educación y están oprimidas y psicológicamente denigradas, sus hijos se verán menoscabados por su ignorancia. Si las mujeres reciben una buena educación y se desarrollan en un buen ambiente, ellas y sus hijos formarán una ciudadanía responsable y autónoma y una mano de obra productiva (…)” Pero si con este argumento convenció a los empresarios que conforman la mayoría del Partido Liberal y por consiguiente traducen la política en eficiencia económica, Ayaan enfrentó los reproches de sus antiguos camaradas socialdemócratas, sin contar el odio de la comunidad musulmana en Holanda y las amenazas de muerte. Pero no estaba dispuesta a claudicar ahora que había llegado tan lejos como nunca imaginó y estaba en el sitio óptimo para ayudar a sus congéneres.

Su vida daría otro giro radical cuando decide colaborar con el director de cine holandés Theo Van Gogh en el guión de un documental de diez minutos titulado "Submission" donde se muestra en forma poética pero elocuente a lo que están sometidas las mujeres dentro del Islam. Se trata tan solo de una actriz increpando a Alá de una forma que no deja de ser dulce, alternando su imagen con la de una mujer que lleva escrito en el cuerpo todas las sentencias denigrantes contra las mujeres y lleva un desgarrado vestido de novia. Ayaan entiende que no puede tomarse con ligereza una sentencia de muerte promovida por líderes islámicos, pero Theo se lo toma a broma y se rehúsa a recibir protección. Ayaan, como miembro del Parlamento, no tiene más remedio que acceder a ser vigilada las veinticuatro horas. Van Gogh no tardará en ser apuñalado de frente por un fanático de nombre Muhamad Buyeri que en el cuerpo mismo del amigo de Ayaan deja un mensaje para ella, una sentencia religiosa encabezada por la frase: “En nombre de Alá, el más clemente y el más misericordioso…” No tardó en entender que, como ella misma, el asesino estaba dispuesto a morir por sus ideas.

Naturalmente, Ayaan alberga intensos sentimientos de culpa por la suerte de Theo. De principio los padres del cineasta se muestran comprensivos y solidarios con la joven diputada; solo al principio. El hijo de doce años de Theo le envía de regreso a Ayaan un regalo de Navidad que ella le había enviado desde su escondite. Está condenada a lo que más odia: ser tratada como menor de edad por un equipo de seguridad que la traslada de un lado a otro, que la recluye en covachas, que le prohíbe comunicarse por cualquier medio con sus amigos y la mantienen como en cuarentena. Al retornar a la Cámara, Ayaan es recibida con vítores y aplausos, incluso por sus opositores que no pueden sino admirar su valor y entereza. Tras la cerrada ovación, Ayaan recibe, por parte de la ministra de Integración a la que supone su amiga, Rita Verdonk, un aviso de que le ha sido retirada la nacionalidad holandesa. Peor aún: nunca ha sido ciudadana holandesa, y le echa en cara lo que anteriormente le ha alabado: haber mentido para obtener la ciudadanía, borrando los rastros de Ayaan Hirsi Ali que pudieran hacerla localizable por familiares fanáticos. Poco después, la ministra Verdonk sería públicamente repudiada por este proceder que obedecía a oscuros intereses personales y, por supuesto, políticos.

Actualmente, la ex diputada liberal y holandesa, pues la nacionalidad le fue restituida al poco tiempo, radica en Washington y labora para el American Entrerpirse Institute donde le pagan por hacer lo que mejor sabe: pensar. Su primer libro, una compilación de ensayos políticos titulado "Yo acuso, defensa de las mujeres musulmanas" (Barcelona, Galaxia Gutemberg/ Círculo de Lectores, 2005) se publicaría en su nuevo lugar de residencia. Quienes la conocen alaban la serenidad con la que afronta su condición de amenazada a muerte por el Islam: “Es como enterarse de que tenemos una enfermedad crónica”, explica con una deslumbrante sonrisa.

Eve Gil
La trenza de Sor Juana, México


SUMISSION I
Theo Van Gogh director, Ayaan Hirsi Ali guionista
subtítulos en español



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"La cultura es mucho más rica cuando más mezclada está; los países mestizos tienen ventajas sobre los más homogéneos porque es la diversidad la que nos enriquece. La cultura no puede ser única ni cerrada, pues hay una polinización que ha venido del lejano Oriente, al Oriente próximo, y de ahí a Occidente. La literatura, por ejemplo, se mueve por las autopistas del viento."
(Juan Goytisolo, Barcelona)