Noche de profundas emociones,
que terminó con la homenajeada
en silla de ruedas,
agotada de tanta entrega.
(La Jornada, México, Tania Molina Ramírez, 6 de diciembre) Con paso lento y firme, salió al escenario mientras sonaban los primeros acordes de guitarra de Macorina. Abrió los brazos, amplios, como para abrazar a cada uno de los que estaban reunidos en el Auditorio Nacional, quienes se fueron poniendo de pie para ovacionar a quien ha dado voz, de manera inigualable, al dolor, al gozo, a la vida misma, expresada en los versos de los grandes compositores mexicanos.
Ya a medio escenario, Chavela Vargas, de 88 años, volvió a abrazar a todos; su jorongo extendido, como enormes alas rojinegras. Y durante el concierto entero mantuvo envueltos con su voz a miles de corazones, los hizo sentir, latir: los mantuvo vivos, les recordó que si se está vivo se sufre, pero también se goza.
“Las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela”, dijo Joaquín Sabina en un mensaje grabado en esta ciudad, durante su reciente gira con Joan Manuel Serrat.
Sus palabras formaban parte de un video homenaje a la cantante, proyectado antes del concierto. A través de él, algunos de sus grandes amigos artistas, como Lila Downs (a quien Vargas se refiere como su heredera), Eugenia León, Tania Libertad y el propio Sabina, le enviaron mensajes amorosos y llenos de admiración.
Admiración por “esa manera de hacernos llorar el desamor, y sobreponernos al llanto, y pelearle a la vida cada pedazo de gozo y felicidad”, expresó Eugenia León, una de las pocas intérpretes mexicanas que Vargas admira.
Cada uno de los mensajes fue recibido con aplausos (el mayor para Lila Downs), menos uno: el del conductor de Televisa Joaquín López Dóriga, quien obtuvo tal rechifla y gritos de “¡fuera!” y “uleero, uleero”, que ni siquiera se podía escuchar lo que decía.
Chavela Vargas nació en Costa Rica, pero no le tiene ningún cariño a ese país. Llegó a México a los 14 años. Fue de todo: “chofer de una vieja rica”, costurera de ropa para niños. Ha sido amiga de grandes personajes de la cultura de nuestra nación, como José Alfredo Jiménez, Dolores Olmedo, Diego Rivera y Frida Kahlo.
Ha vivido como se le ha dado la gana, y eso, asegura, le ha traído soledad. Pero no es queja. Vive como canta: con aplomo, con intensidad, sin concesiones, con absoluta entrega.
“Al rato nos casamos todos con todos”
Así como se entregó –en este caso vale el cliché– a todos los privilegiados presentes.
Dio todo de sí. Sin calcular ni medir. A tal grado que al final del concierto pidió una silla de ruedas para salir del escenario. Pero, mientras cantaba, a nadie se le hubiera cruzado la idea de que podía estar cansada. Ni que fuese solemne. “Al rato nos casamos todos con todos”, le respondió, coqueta, a alguien que desde el público le gritó, entusiasmado, durante Tepozteca linda, que se quería casar con ella. Inclusive uno exclamó que quería tener un hijo con ella.
O aquel otro que gritó: “Bendita sea la madre que te parió”. “La tuya también”, fue la respuesta.
Vamos, acompañada de los guitarristas Juan Carlos Allende y Miguel Peña, logró crear un ambiente que evocaba algo muy antiguo, que iba de lo más profano a lo más sagrado, de la cantina a la más íntima súplica a Dios.
En Un mundo raro, miles de voces la acompañaron: “Y si quieren saber de tu pasado/ es preciso decir una mentira/ di que vienes de allá/ de un mundo raro”. Cada uno con su propio dolor, pero sabiéndose acompañado, aunque sólo fuese en ese instante.
En Luz de luna se le podría haber cambiado la letra: “Somos dos gotas de llanto en una canción” a “somos miles de gotas de llanto en una canción”.
En otros momentos, en cambio, el público la escuchaba en silencio, con total devoción, como en la desgarradora y muy suya interpretación de La Llorona, susurrada, capaz de estremecer un corazón de piedra.
Esta fue la pieza con la que culminó el concierto. Luego siguió algo que rompió la atmósfera que Chavela Vargas había creado: un mariachi subió al escenario y acompañó la entrega de una placa para la cantante, de manos de Julieta Venegas, María Tepozteco y Julio Rivarola, director de Music Frontiers, empresa organizadora del concierto.
“Oírte es un deleite”
Vargas, quien estaba ya muy cansada, salió del escenario, dejó al mariachi cantando y no volvió.
Pero ya había ofrecido su mayor regalo: “Su corazón tan fuerte” y “esa honestidad que solamente ella sabe cargar en un escenario, con la poesía de nuestro México”, como la describió en el video Lila Downs.
Y ya había mostrado lo que dijo Carlos Monsiváis, también en el video: “Oírte es un deleite, oírte es un compromiso con el pasado y con el presente, oírte es saber, una vez más, que nuestras emociones ya no estarán enteras, pero nuestra capacidad de revivirlas sí”.
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